QUINCUAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA GENERACIÓN 1957-1963
ESCUELA NORMAL RURAL ABRAHAM GONZÁLEZ
DE SALAICES, CHIH.
Semblanzas, biográficas, evocaciones, poemas, reflexiones, composiciones y reseñas

Dos tomos
564 pp.
Coordinador y compilador: Héctor Elías Vélez Realivázquez
Portadas: Fotografía de la ENR de Salaices, Chih. MDC Publisite
Contraportadas y asesoría: Ing. Sergio Mancera Díaz
Contraportadas:
Primer tomo: Alumnos de secundaria en Salaices. 1959. Sellos de la Normal y de la Sociedad de Alumnos.
Segundo tomo: Acuarela: ´¿Quién fue Miguel Quiñones Pedroza?; sellos de la Normal y de la Sociedad de Alumnos.
Primera edición: mayo de 2014
Presentación: Héctor Elías Vélez Realivázquez
Prólogo: Alberto Octavio Hinojos Delgado
Contenido:
62 artículos, dos galerías fotográficas y un poema.
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GENERALIDADES:
Informa el profesor Gallardo -uno de los testimoniantes- que en este libro hay 14 biografías de compañeros fallecidos antes de integrar el libro y que fueron sus seres queridos los que entregaron la información al profesor Vélez Realivázquez.
También dice Gallardo -fuera del libro- que un rasgo distintivo de este grupo es que en él había ocho alumnos originarios de Yucatán.
Esto obedeció a que el director de la Normal de Salaices de 1960 a 1963 fue el profesor yucateco Evelio González Montalvo, quien venía con dos hijos y un sobrino, que entraron a nuestro grupo en 4° de Normal, junto con otros cuatro compañeros.
En 1957 un alumno procedente de esa península, Tomás Huchín Hool, había llegado a Salaices a presentar prueba de admisión. Solo el egresó de esta Normal, el resto se cambió a San Diego Tecax, Yuc., faltando tres meses para la graduación. Huchín Hool radica en Tlahualilo, Dgo.
Fueron 47 los alumnos de esta generación; algunos cursaron únicamente la secundaria y otros solo profesional. Dos no participan en este trabajo. De 2014, cuando se hizo el libro, al 2020, han fallecido varios.
Hay un testimoniante invitado, José de la Luz García Hernández, a quien todos consideran un hermano. Chalú es intendente jubilado que trabajó en secundarias técnicas.
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LA PRESENTACIÓN Y EL PRÓLOGO
En la presentación, el profesor Vélez explica que en el primer tomo están incluidos los compañeros que cursaron solo la secundaria en Salaices. El segundo corresponde a quienes se graduaron como maestros y a la manera como llevaron a cabo su docencia.
En algunos casos se hicieron las entrevistas por teléfono. Todos están presentes en el libro, excepto Benjamín Cervantes Martínez y Agustín Cíntora Camargo; “se volvieron ojo de hormiga”, dice Vélez.
(Benjamín es originario de Tecuala, Nay. Tenía mucha habilidad para escribir guiones de teatro; le daban el tema y él lo desarrollaba. Después se presentaba la obra en los viernes sociales o en El Valle o en Parral. Terminó la carrera en Jalisquillo, Nay. Le perdieron la huella.
Cíntora terminó en Tiripetío, Mich. Era muy buen basquetbolista y pertenecía al cuadro fuerte. En las Jornadas de Champusco, Puebla, en 1962, Cíntora jugó contra Salaices. Después nada se supo de él; con suerte tal vez lo encontremos en las redes sociales. Nota del redactor.)
Los 60 testimonios son riquísimos en información. Integran un libro ´artesanal´, repartido en dos tomos tamaño carta, del cual no aparece el número de ejemplares, será porque fue concebido como edición limitada. Como todo lo hecho en pequeñas cantidades, este libro es mejor que los elaborados en serie. Es un documento invaluable, como lo expresa el maestro Vélez: "Contiene valiosas experiencias docentes que pueden aportar mucho a quienes se dedican a la investigación educativa".
Además, para delicia del lector, lleva numerosas fotografías de cuando los compañeros eran estudiantes y de sus últimos años. Otra información que se entreveró se refiere a reflexiones filosóficas, composiciones y reseñas. Habla sobre las portadas y contraportadas y sus significados.
En el prólogo, el profesor Hinojos manifiesta su amor a la escuela normal y a sus compañeros. “Cincuenta años después compartimos y disfrutamos juntos el invierno de nuestras vidas”, dice. Sobre la escuela, afirma: “La madre cultural se resiste a morir… ahí está, sin brazos y sin piernas, a punto de morir, pero está”.
“El edificio medio se yergue cansado, pero majestuoso y por el sendero de enfrente pasan pasmados caminantes que la contemplan”. ”Estas añoranzas nos van a acompañar hasta el día en que marchemos a lo inexpugnable”.
Rinde un homenaje post mortem a los 14 compañeros que ya se nos adelantaron y escribe sus nombres. Y entre todos ellos destaca, como un paradigma, la figura excelsa de Miguel Quiñones Pedroza que el 23 de septiembre de 1965, en Madera, entregó su vida por sus ideales.
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INTENTO DE SINOPSIS:
¿Cómo resumir 540 páginas que contienen, además, tan vasta información?
Me parece hasta irreverente atreverme a sintetizar lo que ellos libremente quisieron expresar.
Lo que me queda muy claro es que esta generación fue riquísima en talentos. Llegué a Salaices un año después de que ellos se fueron. Ahí dejaron su huella. Todo mundo hablaba de ellos como ejemplos a seguir y muy pronto me pareció que los conocía a todos.
Traté a varios y me impactaron: Giner, Juan Valenzuela, el Piano Rangel, Alvarito, los dos Pedros, el güero Vicente, Hinojos, Gallardo, Memo, Esparza, El Fofoy, Marcelino, Susy Polanco, Jaime Ruiz, Vélez… verdaderos maestros. Creo que es una de las mejores generaciones que dio Salaices.
Se trata de una generación icónica, única, que reúne muchos talentos. Las generaciones inmediatas, antecesoras y sucesoras, se parecen mucho a ella; también llevan la influencia de la Revolución Cubana y de los movimientos de ferrocarrileros, médicos y maestros en México.
La Generación 63 es singular por varias razones:
Es la única que produjo a un maestro que ofrendó su vida por la emancipación de los pobres.
Tuvo muchos políticos, algunos tan sobresalientes que incidieron en el rumbo de la FECSM.
En ella hubo grandes deportistas.
No aportó gente para las corrientes oficialistas al interior del SNTE, al menos que se sepa.
Muchos continuaron la lucha al frente de organizaciones populares.
Tuvo como alumno al hermano de un gobernador de Chihuahua.
En ella hubo ocho alumnos procedentes de Yucatán; sólo uno se graduó en Salaices, el resto se fue a San Diego, faltando tres meses para recibirse.
Por todo esto la generación 1963 es única.
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Los gestores del presente libro fueron maestros residentes en Chihuahua o cerca de esta ciudad: Gallardo, Hinojos, Vélez, Pedro Medina, Memo Rosales, Oramas, Chalú García, Espadas y Ramón Salazar. Se reunían periódicamente en el ICHICULT para revisar los avances del trabajo y para aportar nuevos datos en los casos de los fallecidos.
El trabajo fue arduo para todos ellos, sobre todo para el profesor Vélez, quien contactó a los familiares de los fallecidos y capturó todos los trabajos. Solo de dos no encontró huellas.
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Las sinopsis se presentarán poco a poco. Cuando los testimonios sean muy extensos -como el que se presenta hoy- sólo irá ese trabajo. Cuando se trate de un compañero que tuvo dos o más participaciones irá solo, como son los casos de Vélez, Hinojos, Pedro Medina, Vicente Rodríguez y Miguel Quiñones.
¿Cómo empezar? ¿Por orden de lista, rompiendo el orden que le dio Vélez? ¿Comienzo con los fallecidos y termino con los que afortunadamente viven?
¿O anoto primero a los que ingresaron a Salaices el 57 pero que por alguna razón no continuaron en esta escuela?
Me decido por la opción final.
Un viejo aforismo reza: “Nunca digas todo lo que piensas, pero siempre piensa todo lo que digas. Tus pensamientos son tuyos; tus palabras ya no te pertenecen, son propiedad social”.
Así es que, con su permiso, queridos compañeros, vamos a comenzar con estas sinopsis de las historias de vida que ustedes construyeron.

UNA VENTANA AL SALAICES DE 1957 A 1960
JOSÉ LUIS BARRIO TERRAZAS
Cursó la secundaria en Salaices, de 1957 a 1960. Es originario de Satevó, Chih., y la razón por la que ingresó a Salaices fue que sus padres -él comerciante y ella maestra-, aunque vivían con cierta holgura, le manifestaron a su hijo que no podían mantenerlo en Chihuahua en la Universidad y que le daban dos opciones: el Seminario, para que estudiara para cura o la Normal de Salaices. Las dos eran gratuitas. José Luis optó por Salaices, tal vez porque dos de los hermanos Ruiz Hernández ya estaban allá.
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Fundado el 3 de diciembre de 1640, San Francisco Javier de Satevó, tejió su historia con las constantes peleas por el territorio entre jesuitas y pueblos indígenas, quienes se negaban a ser evangelizados por los sacerdotes José Pascual y Jerónimo de Figueroa, al grado de quemar el primer templo de la misión.
El relato de Barrio es largo y detallado, pero muy ameno. Muestra en ciertas partes el conflicto que enfrentó en el internado porque él no era un niño de extracción humilde. Primero fueron las hambreadas, sobre todo en las tardes en que se esperaba con ansias la cena. Pero solo los primeros meses sufrió, pues en las primeras vacaciones que pasó en su casa se mostró voluntarioso para despachar en la tienda de su padre e ir apartando dinero, hasta completar 200 pesos que se llevó a la Normal en enero.
Así lo hizo durante toda la carrera, confiesa. Si le daba hambre tenía dinero con qué satisfacerla yendo a la tienda de doña Licha a comprar gorditas de cuajada o buscando a Matías para comprarle pacharelas (panes). No pasó hambres.
Platica Barrio que llegó a Salaices a los 13 años de edad a disputar uno de los 33 lugares que se disputaban y que él obtuvo el 10° lugar, colocándose entre los primeros, al lado de Quiñones (primer lugar) y otros como Vicente Rodríguez y Héctor Elías Vélez.

Junto con ellos, en 1957, también llegó el maestro Roberto García Montes, maestro de matemáticas, razón por la que dicho maestro estuvo muy identificado con esta generación.
Fue su paisano Tito Ruiz -quien ya tenía tres años ahí. quien consiguió catres y colchones para Barrio y sus acompañantes. Al lado de Barrio durmió Jaime Ruiz, aspirante también a la beca, pero en la mañana amanecieron juntos ya que en la noche les habían robado un colchón.
Se dio cuenta entonces que “algunas cosas iban a ser diferentes a las que vivía en su casa”. La verdad es que fueron muchas, según sigue su narración.
“Para mí muchas cosas eran completamente diferentes a lo que estaba acostumbrado. Primero, cambios en la rutina alimenticia".
Como era de los gorditos le pusieron como apodo ´La Bomba´. “No hay ni uno solo de estos kilitos de más que no haya pasado por mi boca”, dice en relación a su anatomía. Con bonita narrativa sigue platicando las novedades que enfrentaba.
En su casa, con la ventaja de que tenían tienda, comía a deshoras y todo lo que quería.
La necesidad agudiza la creatividad, dice José Luis al referirse a que rápidamente localizó la tienda de doña Licha, pero que no tenía dinero para comprar. Se dio cuenta entonces que ella fiaba y se hizo cliente sin sobrepasar el límite de crédito que era de diez pesos.
Cuando el hambre apretaba y el crédito se había agotado, él y otros se iban a las labores a buscar tomatitos de los que quedaban, pues esas plantas siguen dando frutos un tiempo más que las otras especies. Los comía verdes, con sal, pero solo el primero le sabía bien.
Al igual que los Ruiz Hernández, sus paisanos, también procedía de una familia numerosa: once hermanos. Puros varones, igual que los Ruiz.
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Se fue acostumbrando a la nueva vida: levante a las 5:40, las clases matutinas, los baños fríos. Le causó grata impresión la primera ceremonia a la bandera en donde tocó la banda de guerra y donde declamó Francisco Mirazo la poesía Manelic, que le impactó por su contenido de denuncia de injusticias: “No lamas como un perro la mano que te ata… haz pedazos los grillos, y si te asedian, ¡Mata!"
Recuerda a su maestros: Rivera, Chelo, García Montes, Pallares, Fernández, Rojas, don Lupe.
Manuel Moncada repartía las comisiones de agricultura, ganadería, cocina, loza y panadería… La más conveniente era panadería pues podía comer pan extra. Del panadero –Beto Salcido- dice que le pareció un señor serio pero que “era una mula de la fregada”. Tendría unos 30 años. Beto era juguetón, hacía bolitas de masa y se las aventaba a sus ayudantes con movimientos rápidos. También era bueno para modelar con masa figuras grotescas que hacían reír a los ayudantes.
Ingresó a la banda de guerra, lo que lo hizo formar parte de una casta especial dentro del internado por algunas prerrogativas que gozaban, como tener dormitorio aparte y recibir un aumento en la ración. Dice que en la historia de la humanidad siempre han existido castas.
En la prepa en Chihuahua le serviría esa experiencia de la banda, pues sería parte de ella, aunque ahora con privilegios mayores pues les daban un uniforme de lujo. Recuerda a Moncada, compañero que traía las cartas desde la hacienda. También la lista de los registrados.
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Afirma que había 30 mesas, cada una para ocho alumnos y que quien fungía como mesero se servía con la cuchara grande. Habla de los panes como minipanes. El menú le parecía demasiado modesto: el almuerzo era frijoles pan y café. Dice que también una jarra de leche. En la noche lo mismo, pero sin leche. A mediodía: frijoles, sopa y a veces un guisado o tacos o flautas, y pocas veces un postrecito.
La post comida consistía en un cigarro y un barrilito. En esa ida a los mezquites a fumar, otra de las tareas era realizar la función más humilde del organismo. Se buscaba una piedrita no muy rasposa que sirviera como papel sanitario. Algunos realizaban esa función después de desayunar, otros después de comer y otros después de cenar, arriesgándose a que les saliera alguna víbora, “ya fuera de las que pican o de las que embarran”, dice José Luis jocosamente.
Dice: “En la escuela no había un solo sanitario que reuniera las condiciones de limpieza y privacidad". "Había un tinaco muy grande arriba de una torre redonda. Tendría entre 25 y 30 m de alto. Era el ícono de la Normal. La válvula solo se abría en ciertas horas y había una campana colgada cerca de la dirección. Cuando alguien necesitaba agua tocaba la campana para que el encargado abriera la válvula.

A veces esa campana era tocada por compañeros que regresaban de Jiménez, en la madrugada, corriendo a sus dormitorios pero despertando a todo mundo.
El hermano del futuro gobernador de Chihuahua, Francisco Barrio Terrazas (sexenio 1992-1998) sigue platicando sus experiencias en ese mundo totalmente desconocido para él.
Habla de los apodos, algunos muy ofensivos. Y de los dirigentes, excelentes oradores, aguerridos e interesados en la grilla. Sobre la Partida de Recreación estudiantil, de 5 pesos semanales, dice que les era recogida por el secretario de finanzas de la sociedad de alumnos, la que siempre tenía una larga lista de gastos por viajes y otros conceptos.
La Junta de Raciones era un comité de seis miembros, uno por grupo. Participaba junto con la ecónoma en la optimización de los recursos, aunque confiesa que él nunca participó en esa comisión. Había una despensa gigante cerca de la panadería a la cual tenían acceso solo los integrantes de la Junta de Raciones. Ellos podían entrar y comer algo de lo que ahí había, llevándose a su casillero una marqueta de chocolate, galletas y otras cosas. Era codiciado ese nombramiento.
“Uno de mis mejores amigos fue Víctor Manuel Portillo, alias el Vico, originario de Santa Isabel, vecino de nosotros, los de Satevó. Otros amigos eran Leopoldo´el Coyote´ Esparza y Mario Tarango, quien años después ocupó altos puestos en los gobiernos del PRI. Ellos vivían en un cuartito allá por las porquerizas, lo cual era cómodo pues ahí podían fumar, descansar y a veces, hasta estudiar".
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Hay deportistas que recuerdo: Lupe Gutiérrez, Pabis López, Rafa Reyes y beisbolistas como Mirazo, Efrén Cota, Valtierra, Cortina, Rubén Domínguez… Gaona, ´el espartano´, de imponente musculatura, practicaba lanzamiento de martillo. Otros deportistas son mencionados…
Se acuerda de don Lupe Armendáriz, del doctor Ochoa, de los peritos agrícolas… Y de un compañero de la Laguna que murió en la escuela de pulmonía, algo muy traumático para todos.
Recuerda a Oswaldo Barragán ´la Magdanita´, medio bohemio y romántico. Con él y con otros iba a una cafetería de Jiménez donde les vendían cerveza aunque fueran menores de edad. Ahí se tomaban unas cervezas y oían música de la rockola.
Se le figura que la vida en Salaices es algo similar a la que se lleva en un monasterio, por la falta de mujeres. El trato cotidiano con mujeres, como es en una vida regular, aquí no se daba y “con la hormona a todo lo que daba, era difícil", dice Barrio. En los viernes sociales venían muchachas a participar en los bailables, era lo mejor del festival. Nos metíamos, antes del festival, debajo del templete para verlas por las ranuras, aunque a veces salíamos con los ojos colorados por el polvito que nos caía en ellos.
"Otros temas que se me quedan son los elotes robados, las idas a la cueva del diablo, las grillas estudiantiles, el ambiente de promiscuidad en el que vivíamos” (sic)…
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"Al recordar a Salaices pienso que afectó algunas áreas de mi vida posterior. Es probable que mis apreciaciones sean muy diferentes a las de otros compañeros y que estén equivocadas. El sistema educativo imperante ahí era relativamente cómodo para estudiantes más o menos listos, que podían ir pasando de año sin salir de la zona de confort. Esos tres años los pasé más o menos cachetona. El nivel de exigencia en Salaices no era suficiente para impulsar al alumno a echarle todas las ganas. Adopté esa cómoda posición y eso mismo hice en la prepa y en la carrera".
"Lo que me enseñó Salaices es a no desperdiciar comida y a no decir ´eso no me gusta´. Me como todo".
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"Llegué a Salaices con un problema de convivencia. En mi casa éramos puros varones, este problema se agudizó en Salaices, conviviendo con casi 300 hombres. Siempre sentí, posteriormente, dificultad para trabar amistad con las muchachas que abundaban en la prepa, hasta que conocí a una que superó mis expectativas, con quien me casé en 1969, y hasta la fecha".
Ocupé puestos de liderazgo, fui consejero alumno de la UACH; en varias empresas fui gerente general, presidente de la Asociación de Ejecutivos de Ventas y Mercadotecnia. Después me fui a la ciudad de México".
"Fui consejero de la Cámara de Comercio en Chihuahua, miembro del Club Rotario, del cual fui presidente. No sé hasta qué grado, para conseguir todo esto me haya servido mi paso por Salaices".
"Creo que, además de Salaices, influyó en mí la formación familiar, pues de mis tres hermanos mayores, dos de ellos, que son ingenieros, fueron directores de Tecnológicos Regionales. El otro fue presidente municipal de Satevó. Y uno de los más chicos fue alcalde de Ciudad Juárez y gobernador del estado".
"Soy Contador Público y tuve un negocio de ferretería que me agotó por lo esclavizante que es. Impartí clases en Contabilidad de la UACH. Ahí duré 15 años hasta que me empezó a hostigar mucho un director a quien mi presencia incomodaba, y mejor renuncié. Algo ha de haber influido la experiencia en Salaices por el tiempo que duré dando clases, actividad que disfrutaba enormemente.
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José Luis Barrio Terrazas nació el 19 de mayo de 1944. Sus padres fueron Federico Barrio Lara y Elvira Terrazas Escobar. Tuvo once hermanos.
Además de la Carrera de Contabilidad tiene una Maestría en Administración por el Tecnológico de Monterrey Campus Ciudad de México, pagada por la empresa donde laboraba.
Su esposa es Esperanza González Tercero y sus hijos: Miguel Antonio, Ana Cecilia y Héctor Arturo. Tiene dos nietos.
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Ramón Gutiérrez M. Noviembre de 2020, año de la pandemia.